Cuestión nacional, abertzalismo y colonialidad en Euskal Herria. II. Parte

Colonialidad. De la dimensión global al contexto vasco: ¿pueblo colonizado o polo colonizador?

El primero de los textos de análisis que dedicaremos a la cuestión nacional se centrará en la colonialidad. Tal y como defendíamos en el texto introductorio que publicamos en primavera, creemos que es imprescindible tener una visión clara de lo que es la colonialidad, de modo que podamos abordar adecuadamente el análisis de la cuestión nacional. Por un lado, porque la opresión nacional, de una forma u otra, responde a las diversas formas de violencia que se derivan de la lógica colonial. En el caso de Euskal Herria, en tanto se encuentra a día de hoy dividida entre dos estados de carácter colonialistas (España y Francia), es preciso comprender cómo ha sido aplicada esa violencia colonial/imperialista a lo largo de la historia en los territorios vascos. Por otro lado, sin embargo, la cuestión de la colonialidad aborda una problemática global, que va más allá del conflicto que se puede establecer entre dos naciones determinadas. Y esto también es de gran relevancia para Euskal Herria, ya que más allá de la relación de subordinación que mantiene con los estados francés y español, nos sitúa como europeos frente a la realidad colonial existente a nivel planetario. Con todo, para poder dar una respuesta en términos revolucionarios a las numerosas contradicciones que de todo lo anterior se derivan, entendemos que es fundamental profundizar en la perspectiva y herramientas analíticas que nos ofrece el pensamiento descolonial.


Índice de contenidos

  • 1. La colonialidad como manifestación superior de la modernidad capitalista
    • 1.1. Las formas económicas de la colonialidad: subdesarrollo y teoría de la dependencia
    • 1.2. El eje epistemológico de la colonialidad: la división racial y civilizatoria
  • 2. El reflejo en Euskal Herria de un fenómeno global: ¿pueblo colonizado o polo colonizador?
    • 2.1. La colonialidad económica en Euskal Herria
    • 2.2. Racismo y opresión cultural en el contexto de Euskal Herria

1. La colonialidad como manifestación superior de la modernidad capitalista

Si rastreamos el origen del colonialismo observaremos que sus primeras expresiones datan de hace miles de años: es decir, mucho antes de la aparición de la noción moderna de nación. De hecho, los primeros procesos colonizadores de la historia de la humanidad sucedieron al tiempo que comenzaron a expandirse los primeros imperios surgidos tras la neolitización. La tendencia a colonizar los territorios que los rodeaban era ya algo intrínseco a la existencia de aquellas primeras civilizaciones basadas en la propiedad privada, el patriarcado y el Estado. Se trataba de las primeras manifestaciones del Sistema de Dominación, sostenidas sobre la lógica de acumulación creciente de poder, y por tanto, para las cuales resultaba ineludible el expansionismo. Así, les era, no solo posible, sino necesario, tomar bajo control pueblos enteros y saquear sus recursos y medios de producción, esclavizando sus cuerpos y su fuerza de trabajo. Como algo así difícilmente sucedía de forma pacífica, el fenómeno colonial siempre ha estado atravesado por numerosas expresiones de violencia: desde la intervención militar directa hasta las formas de violencia más sutiles. En ese sentido, es fundamental comprender el colonialismo como totalidad, que atraviesas todas las expresiones de la existencia humana, y que por tanto no se puede reducir a su mera dimensión económica. Por su puesto que tal dimensión económica es de gran relevancia, pero el colonialismo es un proceso complejo que se manifiesta de muy diversas formas: requiere del control y subordinación del pensamiento y de los cuerpos; de la asimilación de las lenguas, las costumbres y el sistema de creencias; de la sustitución de las cosmovisiones y los modos en que cada pueblo interpreta el mundo en el que habita; de la supresión de los bailes, la música, la vestimenta, la mitología, las estructuras político-institucionales… Hemos de comprender el colonialismo en su dimensión cultural y epistemológica más profunda. Por tanto, se trata de un fenómeno complejo y como tal hemos de abordar su análisis.

Partiendo de ese origen histórico, el punto álgido del colonialismo a nivel mundial se produjo con el surgimiento de la modernidad capitalista, a partir del siglo XV. Fue entonces, gracias al inicio de la conquista de América/Abya Yala, cuando el colonialismo empezó a tomar la forma con la que cuenta en la actualidad. De hecho, gracias a aquella primera conquista de Abya Yala se pudo establecer la que en adelante se conocería como ruta del Comercio Triangular, de gran importancia para el posterior desarrollo, no solo del colonialismo, sino en general del conjunto de la modernidad capitalista. Se trató de una ruta de la barbarie basada en la esclavitud, la explotación y el saqueo de los territorios recientemente conquistados y que posibilitó el ascenso de las potencias imperialistas europeas. Consistía en un triángulo comercial que conectaba las costas de Europa, África y América y que permitió por primera vez en la historia reproducir la lógica colonial de forma sistemática y a escala realmente global. De este modo, los barcos que partían de Europa realizaban una primera parada en la costa occidental africana, en donde se hacían con los cargamentos de esclavos que transportarían a América. Una vez allí, vendían los esclavos, cargaban las materias primas que habían sido producidas con la mano de obra esclava indígena y africana en América (azúcar, tabaco, café, cacao, minerales…) y retomaban rumbo a Europa. De nuevo en Europa, cargaban las bodegas con las manufacturas (armas, artículos de lujo, ropa…) producidas a partir de esas mismas materias primas, y partían una vez más hacia África. Así quedaba cerrado ese viaje triangular de muerte y explotación.

Para las potencias imperialistas europeas resultaba ser una ecuación perfecta: conquistar y apropiarse de extensos territorios y recursos naturales; extraer las materias primas a un coste extremadamente bajo gracias a la fuerza de trabajo esclava; transformarlas en la industria manufacturera europea; y por último, vender las mercancías manufacturadas tanto en Europa como en las colonias. Esos fueron los ejes principales de la ecuación colonial, que hicieron posible una acumulación riqueza como nunca antes se había conocido en la historia de la humanidad. Estamos, efectivamente, ante la acumulación originaria que dio pie al surgimiento del capitalismo. Sin el expolio y el saqueo colonial no habría sido posible la aparición del capitalismo: la modernidad capitalista debe su existencia a aquella primera expansión colonial europea.

A posteriori, esa fórmula colonial se replicaría con gran éxito en la colonización de Asia y África. Y en lo básico, se trata de una fórmula que se ha mantenido vigente hasta la actualidad: si hoy en día hay en el mundo países “ricos/desarrollados” y “pobres/subdesarrollados”, no es porque los “pobres” hayan tenido mala suerte a lo largo de su historia. Porque sean vagos, o peor aún, porque no hayan sabido aprovechar las oportunidades que les ha brindado el mercado y el desarrollo general de la humanidad. Ese subdesarrollo y empobrecimiento son una consecuencia directa de la relación colonial que existe desde hace siglos entre el centro y la periferia imperialistas, entre el Norte y el Sur global. Y lo mismo en sentido contrario: si hacemos una genealogía del bienestar y la riqueza que se acumula en los países del centro imperialista, que no nos quepa ninguna duda que tienen su origen en ese pasado colonial.

En cualquier caso, a medida que avanzó el desarrollo de la modernidad capitalista, ciertas expresiones del colonialismo fueron cambiando de forma. En los tiempos del comercio triangular los imperios gozaban de un dominio y control político-militar pleno sobre los territorios coloniales: jurídicamente esos territorios y sus poblaciones les pertenecían, y la esclavitud también era legal. A medida que avanzaron los siglos, esas colonias fueron logrando su independencia formal respecto de las metrópolis europeas, comenzando por Abya Yala y hasta los procesos de independencia de Asia y África. A pesar de ello, en la actualidad, todos esos países distan mucho de haberse sacudido el yugo de la explotación colonial. Y he aquí donde cobra sentido la “colonialidad” como concepto: si entendemos el colonialismo como el periodo vinculado a la existencia efectiva de colonias formales, está claro que a día de hoy tal cosa prácticamente no existe a nivel global. Sin embargo, el fenómeno colonial, como patrón de poder, cómo lógica que permite dividir y gobernar el mundo de una manera determinada, sigue hoy más vigente que nunca. Eso es precisamente la colonialidad: una forma de significar, organizar y estructurar toda manifestación de la existencia humana (trabajo, producción, cuerpos, pensamiento, conocimientos…) en base a la división racial y bajo el marco del mercado capitalista mundial.

Esta forma en la que se expresa la cuestión colonial, que transciende el plano meramente jurídico-formal, es de gran relevancia, ya que nos muestra la dimensión real que adquiere el Sistema de Dominación, y su capacidad para reproducirse y perdurar en el tiempo. Así, en la actualidad está claro que aún entre estados que son formalmente independiente perduran lógicas de dependencia y subordinación. Países como España o Perú, Gran Bretaña o Mali, aún contando con el mismo estatus jurídico (el de estado-nación independiente), bajo ningún concepto podemos pensar que se sitúan en la misma posición en un mundo cuyos cimientos siguen estando construido en base a la lógica colonial.

1.1. Las dimensiones económicas de la colonialidad: subdesarrollo y teoría de la dependencia

Uno de los fenómenos más relevantes de la colonialidad en su vertiente económica es el del subdesarrollo. Desde una perspectiva meramente económica, el subdesarrollo nos remite a la existencia de una dinámica de empobrecimiento estructural que se cronifica a lo largo de los siglos y que termina por sumir en la miseria a continentes enteros. ¿Y qué tiene esto que ver con la colonialidad? Como fenómeno económico, el subdesarrollo tiene su origen en la superioridad (militar, económica, política, cultural) que la metrópoli ha sido capaz de acumular a lo largo de la historia en la división colonial global, y que termina adquiriendo un carácter estructural y permanente. Gracias a esa superioridad colonial, es capaz de imponer sus condiciones explotación capitalista en la periferia, al tiempo que, y he aquí la clave, detiene o destruye el desarrollo normal de los medios de producción que se debiera de dar como consecuencia de tal actividad capitalista. Esto es, se logra explotar la fuerza de trabajo y saquear los recursos naturales en la periferia colonial, pero la riqueza (plusvalía) generada por esa explotación se transfiere directamente a la metrópoli. No se reinvierte en el territorio colonial (ni siquiera bajo una lógica capitalista), impulsando el desarrollo endógeno de sus capacidades productivas. Al contrario, esos territorios coloniales presentan un desarrollo industrial y productivo muy bajo, sin una burguesía productiva propia, y lo único que son capaces de ofrecer en el mercado internacional son materias primas baratas y fuerza de trabajo devaluada. La mayoría de las veces, además, esa comercialización solo es posible a través de multinacionales con capital y origen en el centro imperialista.

Como hemos podido comprobar anteriormente, toda esta lógica perversa se sigue reproduciendo hoy en día, incluso en regiones y territorios que son formalmente independientes. Reflejo de ello es que la actividad económica en esas zonas periféricas (Sur Global), aún hoy en día, sigue centrada en la agricultura y el extractivismo impulsados por capital extranjero. Como consecuencia, el plusvalor que se extrae en esas áreas es transferido directamente al centro imperialista. De forma paralela, en tanto que siguen siendo dependientes de todo tipo de productos manufacturados e industriales (maquinaria, materias primas procesadas…), así como de conocimientos técnico-científicos cualificados, se ven en la obligación de comprárselos a los países del centro imperialista. Se genera de esta manera un círculo vicioso que sume en un subdesarrollo y empobrecimiento permanentes a los territorios coloniales: venta devaluada de materias primas y fuerza de trabajo, para la compra de manufacturas y conocimientos de alto valor añadido. En esencia, lo mismo que en la época del comercio triangular. Además, como consecuencia de los flujos migratorios, las generaciones jóvenes y con mayor preparación huyen al centro imperialista, empobreciendo aún más los países de origen, en este caso en lo que respecta a la fuerza de trabajo. Por último, esa lógica general de empobrecimiento impulsa a estos países a endeudarse: nada más y nada menos que con los bancos y fondos de inversión controlados por el centro imperialista. Toda esta dinámica se conoce como teoría de la dependencia, y es la causante principal del subdesarrollo.

Todo esto nos lleva subrayar la plena vigencia de la dimensión económica de la colonialidad: la acumulación capitalista hoy en día tiene un carácter plenamente colonial. Dicho eso, creemos necesarios profundizar en una serie de interrogantes en relación a la vigencia del fenómeno colonial. Con todo lo anterior, ¿podríamos llegar a la conclusión de que el resultado final del fenómeno colonial hoy en día es la existencia de “naciones burguesas” y “naciones proletarias”? ¿Que todo habitante de un país en esa periferia colonial adquiere la condición de desposeído; que es el pueblo o la nación misma la que es desposeída en su conjunto? Es decir, ¿podemos considerar que, bajo las condiciones actuales, toda una nación puede llegar a ser de carácter o bien explotado, o bien explotador? A ese respecto, y reconociendo la complejidad del fenómeno colonial, creemos conveniente realizar una serie de apreciaciones:

- Las sociedades en el centro imperialista no son homogéneas. Desde el punto de vista económico, se da una estratificación de clase en las mismas: existe una burguesía y una clase trabajadora, y a pesar de que las dos formen parte de ese centro imperialista, no podemos igualar sus posiciones. No cabe duda de que esa clase trabajadora se sirve (ya sea de forma consciente o no) de la posición que ostenta en el centro imperialista para mejorar sus condiciones de vida, y esto es algo que no debiéramos de pasar por algo. El contexto colonial hace posible el abaratamiento extremo de las mercancías necesarias para la reproducción de sus condiciones de vida, pero también la posibilidad de vender su fuerza de trabajo más cara: los empresarios del centro imperialista extraen una ganancia mayor de lo que sería normal gracias al contexto colonial, y por lo tanto, cuentan con un mayor margen para pagar la obediencia de sus trabajadores. Y aún siendo todo eso cierto, no podemos igualar el grado de responsabilidad que la clase trabajadora y la burguesía ostentan sobre el fenómeno colonial. Fundamentalmente, porque es la burguesía la que directa y conscientemente invierte el capital que hace posible el funcionamiento de toda la maquinaria colonial. Del mismo modo, en las últimas décadas ha migrado al centro imperialista un gran flujo de personas procedentes de la periferia, complejizando aún más la estratificación social del centro. Además, el nivel de desarrollo económico existente hacia dentro de las fronteras de los estados que componen lo que consideramos como centro imperialista tampoco es homogéneo. Al contrario, hacia ese interior existen también territorios que padecen un subdesarrollo, pobreza y dependencia estructurales. Lejos de ser fruto del azar o la mala suerte, la existencia de tal subdesarrollo responde a los intereses de acumulación de cada estado-nación. Por ejemplo, siguiendo la división norte-sur que se da a nivel global, al menos en Europa, también existe un subdesarrollo intra-inperialista que sigue esa división: los países del sur de Europa están más empobrecidos y, por lo general, subordinados a lo que dictaminan los estados del centro y norte de Europa. Y al mismo tiempo, dentro de esos países más dependientes, son los territorios meridionales los que están aún más empobrecidos y subdesarrollados. Qué duda cabe que no podemos equiparar ese subdesarrollo intra-imperialista al que existe entre el centro/norte y la periferia/sur a nivel global. Sin embargo, sí que nos señala que el centro imperialista no es homogéneo y que el fenómeno colonial, con mayor o menor intensidad, tiende a reproducirse en cualquier territorio como un amplio gradiente que se va desplegando por medio de numerosos eslabones.

- En la periferia colonial existen oligarquías. Precisamente, la participación de dichas oligarquías en alianza con los intereses del centro imperialista ha sido siempre un pilar fundamental del proceso de colonización. Si bien es cierto que muchas de las veces esas oligarquías son los descendientes directos de los colonos y gobernantes impuestos por los europeos (y por tanto, de origen enteramente foráneo), no podemos negar la existencia a menudo de un buen número de cipayos y colaboracionistas a su servicio. De este modo, los pueblos de la periferia colonial tampoco son completamente homogéneos. Además, en diversos lugares, existían expresiones civilizatorias que contaban con formas de dominación pre-coloniales: el Estado, la esclavitud o, en general, las sociedades de clase existían ya en muchos lugares antes de la llegada de los europeos.

- A día de hoy el mundo se dirige hacia la multipolaridad. Muchos países, a medida que han profundizado en el proceso de industrialización, han ido paulatinamente superando el subdesarrollo que les había sido impuesto. Si reparamos al desarrollo de los medios de producción, veremos cómo en algunos lugares la distancia que separa a los países desarrollados de los subdesarrollados ha disminuido notablemente. Tal disminución ha sido especialmente reseñable en China, pero también en India, el sureste asiático o en diversos países de Abya Yala, y en menor medida en África (ver países BRICS). Ese desarrollo endógeno de los medios de producción permite acceder a una serie de capacidades productivas, que aún en un sentido plenamente capitalista, les permite obtener cada vez mayor independencia económica (siempre en ese mismo marco de relaciones capitalistas, por supuesto). Además de todo ello, ese proceso impulsa el desarrollo de una burguesía productiva propia, y como consecuencia, la contradicción capital-trabajo empieza a expresarse cada vez más hacia el interior de esos países y no tanto entre un territorio colonial en su conjunto y la metrópoli que lo coloniza. De este modo, cada vez funcionan menos como colonia económica y más como nuevas potencias que se presentan en el tablero de juego geopolítico con una capacidad y aspiración imperialistas propias. Es en esa competencia inter-burguesa o inter-imperialista al alza donde hallaremos una de las razones fundamentales que explica el aumento de las tensiones geopolíticas que se están dando a nivel mundial esta última década.

En resumen, la dimensión económica de la colonialidad sigue estando vigente a día de hoy, y el empobrecimiento, el subdesarrollo y la dependencia de muchos países sigue siendo una realidad inapelable. Además, en esa división colonial del mundo, las áreas que continúan desempeñando la función imperialista/colonial siguen siendo las mismas: lo que se conoce como Norte Global u Occidente Colectivo (eje anglosajón, Europa, Japón y Corea del Sur). No obstante, se trata de una realidad dinámica y compleja, y como tal ha de ser analizada, especialmente en un tiempo histórico en el que estamos observando profundas transformaciones en el panorama geopolítico mundial, que podrían terminar por transformar ese esquema pre-existente.

1.2. El eje epistemológico de la colonialidad. La división racial y civilizatoria

Dicho todo lo anterior, no podemos pasar por alto otro de los pilares que, más allá de la cuestión meramente económica, es igualmente relevante a la hora de comprender el fenómeno colonial. El racismo.

La categoría de “raza”, al menos en Europa, tiene su origen en la Edad Antigua. Aristóteles ya defendía la existencia de diferencias raciales basadas en la variabilidad de las condiciones ambientales, a lo que además sumaba la asignación de un determinado grado de inteligencia, organización social y nivel cultural-civilizatorio a cada uno de esos tipos raciales. En cualquier caso, el racismo como fenómeno global, de la misma manera que el colonialismo económico, solo fue posible de la mano de la modernidad capitalista.

De este modo, la nueva realidad colonial que comenzó a extenderse a partir del siglo XV, requería de una justificación ideológica que permitiera la esclavización y el asesinato de millones de personas. Y el racismo cumplió esa función. Lo más interesante aquí es que por medio del racismo se logró, no solo justificar la barbarie colonial, sino considerarla como una misión histórica en pos del avance civilizatorio. De este modo, subyugar y esclavizar a indios y negros (y en general a todo aquel que no fuera blanco-europeo) pasó a considerarse, no solo en algo necesario para el correcto funcionamiento de la empresa colonial, sino incluso en deber moral. Si reparamos a la mera rentabilidad económica, se podría haber interpretado el sufrimiento generado por el colonialismo como un “sacrificio”: necesario e inevitable para asegurar la rentabilidad de la empresa colonial, sí, pero sacrificio, al fin y al cabo. Algo a evitar si hubiera sido posible. Pues no: la colonización, esclavización, aniquilación y explotación de pueblos enteros llegaron a ser consideradas como una tarea civilizatoria. Como si les estuvieran haciendo un favor a los pueblos que conquistaban y esclavizaban. Primeramente, en nombre de la religión y la evangelización, siguiendo los dictados de Dios: más tarde en nombre de la ciencia y el progreso, según las leyes de la naturaleza y la razón.

Aunque a muchas les parecerá sorprendente, el punto álgido en el desarrollo del pensamiento racista se produjo durante el siglo XIX, con la generalización de la ilustración y el pensamiento racional-científico moderno. Y es que para que una construcción ideológica tan profundamente alienante como la racista prosperara, era necesario profundizar en la escisión entre sujeto y objeto. Cuestión que solo fue posible de la mano del desarrollo de la ciencia positivista y el dualismo cartesiano. Solo de esta manera se pudo establecer de una forma conceptualmente clara la separación entre el sujeto y el objeto. Por un lado, el sujeto, como aquel que es civilizado, lógico/racional, poseedor de la cultura y el progreso: esto es, el europeo blanco. Y por el otro el objeto: salvaje, primitivo, irracional/emocional, carente de cultura y de progreso. Es decir, los negros en particular, y en general, todo el que no fuera blanco europeo. El caso es que difícilmente hubiera sido posible el grado de subhumanización que se derivó del pensamiento racista si no hubiera sido por el grado de alienación que a nivel conceptual hizo posible el nuevo marco de pensamiento científico-racional. Subrayar aquí que esa ruptura modernizadora del sujeto-objeto se aplicó también a otras realidades: por ejemplo, a la hora de interpretar el mundo que nos rodea, considerando a la naturaleza como objeto en dicha división. O en relación al patriarcado (el hombre como sujeto, la mujer como objeto), que en aquella época, se encontraba en un proceso de profunda reconfiguración como adaptación a la modernidad capitalista.

La cuestión es que a esa ruptura sujeto-objeto se le sumó el darwinismo social. Así, el marco conceptual para el análisis de la historia humana, la cultura y la organización social paso a basarse en el evolucionismo y el determinismo biológico que estaban en auge en aquella época. Se comenzó a clasificar el mundo en base a criterios raciales y a asignar un carácter jurídico, económico, cultural y civilizatorio a esa clasificación. Se estableció así una división racial de los cuerpos, el trabajo y la propiedad, generando un sistema de clases basado en esa división racial.

Merece la pena aquí detenerse en una cita de Antonio Cánovas del Castillo, presidente de España a finales del siglo XIX, uno de los fundadores del estado moderno español. Estas fueron sus palabras tras la abolición de la esclavitud:

“Los negros en Cuba son libres; pueden contratar compromisos, trabajar o no trabajar, y creo que la esclavitud era para ellos mucho mejor que esta libertad que sólo han aprovechado para no hacer nada y formar masas de desocupados. Todos quienes conocen a los negros os dirán que en Madagascar, en el Congo, como en Cuba son perezosos, salvajes, inclinados a actuar mal, y que es preciso conducirlos con autoridad y firmeza para obtener algo de ellos. Estos salvajes no tienen otro dueño que sus propios instintos, sus apetitos primitivos”

Que nadie piense que Cánovas del Castillo era un verso suelto: la suya era una postura generalizada entre los gobernantes europeos de la época. Efectivamente, una de las mayores y más cruentas abominaciones ideológicas que ha conocido la historia de la humanidad fue consecuencia directa de la modernidad y el imperio de la razón: no fue producto del pensamiento de ningún pueblo “incivilizado”, “primitivo” o “atrasado”.

Con todo, fue esa lógica racista la que se convirtió en el soporte ideológico y epistemológico de la colonialidad que, esencialmente, ha perdurado hasta nuestros días como uno de los pilares de la mentalidad dominante. En ocasiones de forma política y consciente, de la mano del supremacismo blanco. Aunque también de forma inconsciente y subliminal, y por tanto, mucho más generalizada en las sociedades blancas europeas y americanas. Una mentalidad racista y colonial que impulsa la tendencia permanente a considerar “nuestra” existencia desde una cierta superioridad civilizatoria-cultural, lo que en última instancia termina por justificar e invisibilizar la opresión contra aquellas que no se incluyen en ese “nosotros”.

Llegados a este punto, creemos importante subrayar que, a pesar de que esa lógica supremacista se reproduce de la manera más profunda desde el centro imperialista hacia la periferia colonial, también se manifiesta, con diversos grados de intensidad, hacia dentro del propio centro imperialista. De una forma muy similar, de hecho, a como sucede con la colonialidad económica. La más notable de las manifestaciones de supremacismo “intra-europeo” fue la que se impuso sobre las sociedades campesinas premodernas a medida que avanzaba el proceso de modernización en Europa. El marco ideológico para tal imposición se construyó en base a la contradicción entre paleto/aldeano/atrasado Vs ciudadano/avanzado/civilizado, y fue uno de los ejes sobre los que se ejecutó la modernización interna en Europa. Como veremos a continuación, se trató de un marco ideológico que compartía la lógica civilizatoria y modernizadora del pensamiento racista.

A menudo hemos oído que en los inicios del capitalismo el enemigo principal de la burguesía lo constituían el feudalismo y en particular el señorío feudal. Pues bien, el enemigo real en Europa de la modernización capitalista fueron las comunidades campesinas que aún sobrevivían en condiciones prepodernas. Eran aquellas comunidades, poseedoras aún de relaciones y formas de producción comunales, las que constituían el mayor riesgo frente al proceso de modernización y la liberalización. El obstáculo principal que impedía la generalización de las condiciones de posibilidad para la imposición de la lógica del capital (propiedad privada, subjetividad y cosmovisión moderna, dependencia de las mercancías, separación y desposesión respecto a los medios de producción) estaba presente en aquellas sociedades campesinas. Por todo ello, el eje fundamental para la imposición de la modernidad capitalista en Europa tomó la forma de una guerra en contra de aquellas sociedades campesinas, que se ejecutó de forma extensa y asimétrica y en diversos planos: militar, jurídico, económico y cultural... Al igual que con la lógica racista, la justificación ideológica para la supresión de esas formas de vida premodernas se construyó en base a la moral civilizatoria: por un lado, las campesinas atrasadas y primitivas, y por el otro, el ciudadano ilustrado, liberal y moderno. Esa división se aplicó a realidades culturales y lingüísticas enteras, devaluándolas y estableciendo las bases para la opresión de aquellos pueblos y lenguas que principalmente existían en ese contexto campesino. El euskara y la cultura vasca, por ejemplo, estuvieron durante siglos situadas en esa posición “aldeana”, aunque no fue una excepción. Se trató de una lógica que se reprodujo por todo Europa y que se expresó con especial fuerza sobre los territorios que se resistieron al proceso de modernización y liberalización, y en defensa de la vida y recursos comunales.

Con todo lo anterior, lo que queremos señalar es que, antes de emprender la expansión colonial e imperialista a nivel mundial (en ocasiones al mismo tiempo), las potencias imperialistas europeas llevaron a cabo violentos procesos de colonización y homogeneización interna. En la génesis de todos los estado-nación europeos modernos, los pueblos y comunidades que existían en su interior fueron oprimidas, aniquiladas y asimiladas durante siglos. En los casos en los que esas comunidades y pueblos no compartían la raíz cultural del nuevo estado-nación esa opresión adquirió mayor intensidad si cabe. Pero la asimilación también se dio a nivel intracultural, en base a esa misma lógica paleto/ciudadano. En el caso español, por ejemplo, la construcción de España como estado-nación moderno también se ejecutó en contra de los pueblos y comunidades campesinas que tenían una base cultural castellana: privatizando las propiedades y medios de producción comunales con los que contaban; despreciando y asimilando los conocimientos, la riqueza dialectal y la cosmovisión campesinas; folclorizando las diversas expresiones culturales de la forma de vida comunal… Y no es algo exclusivo del estado español por tratarse de una entidad especialmente opresora: se trata de una violencia fundacional que caracterizó a la constitución de los estado-nación modernos a lo largo de Europa. Y que no nos quepa ninguna duda: esa opresión intra-cultural modernizadora se habría ejecutado de la misma manera en el caso de que Euskal Herria hubiera podido contar con un estado-nación propio.

2. El reflejo en Euskal Herria de un fenómeno global: ¿pueblo colonizado o polo colonizador?

Partiendo de las bases que hemos establecido, pasamos ahora a interpretar la cuestión colonial desde la perspectiva de Euskal Herria. Para ello comenzaremos por abordar una de las preguntas que planteábamos en el texto introductorio que publicamos hace unos meses: ¿es Euskal Herria un pueblo colonizado? ¿Podemos caracterizarla como una colonia? O al contrario, ¿siendo como es parte del centro imperialista, podemos hablar de la existencia de un “colonialismo vasco”? En primer lugar, cabe subrayar que Euskal Herria se encuentra dividida entre dos estados de carácter claramente imperialista, tanto en el pasado como en la actualidad: los estados francés y español. Lo cual tiene implicaciones contradictorias sobre nosotras. Por un lado, nos sitúa como partes integrantes de centro imperialista, blanco y europeo, con las implicaciones que ello acarrea en relación a la división colonial del mundo, tanto en términos raciales, económicos, culturales y, en general, civilizatorios. Nos sitúa como protagonistas de la colonización que se ha dirigido durante siglos desde Europa para la imposición de la modernidad capitalista a escala mundial. Por otro lado, sin embargo y como ya hemos dicho, Euskal Herria se encuentra dividida entre dos potencias imperialistas, lo cual tiene profundas implicaciones en el sentido contrario. Más allá de carecer de un estado propio, todo el proceso de imposición de la modernidad capitalista se ha desplegado en nuestro caso a través de las estructuras de estado francesas y españolas, como parte del proyecto modernizador de cada una de esas realidades nacionales. En Hego Euskal Herria la incorporación a la modernidad capitalista se impuso a través de la vía española, mientras que en Ipar Euskal Herria se hizo por medio de la vía francesa.

Cada una de esas vías cuenta con sus particularidades, pero en términos generales, la construcción del estado moderno francés y español responden a una lógica basada en la homogeneización y centralización internas. Ya sea a nivel político, administrativo, cultural, lingüístico, económico o fiscal, ha existido una tendencia permanente a eliminar las diferencias históricas que podían encontrarse al interior de dichos estados-nación. Toda esa lógica de asimilación y supresión se ha ido ejecutando a través de diversas formas de violencia, lo cual ha originado una reacción que a lo largo de la historia ha tomado diversas formas. En Hego Euskal Herria destacan las matxinadas que comenzaron a generalizarse a partir del siglo XVII y hasta las carlistadas, cuya resolución podemos considerar como punto álgido en la imposición de la modernidad capitalista en Hegoalde. La Guerra Civil tras el golpe de estado de 1936 y la dictadura franquista no hicieron más que profundizar en ese proceso de homogeneización y centralización que ya venía avanzado. Por su parte, respecto a Ipar Euskal Herria, sin olvidar la matxinada comandada por Matalaz, las transformaciones más profundas fueron consecuencia de la Revolución Francesa y los tiempos convulsos que la siguieron (Lapurdiko izua, la Guerra de la Convención…). Si en Hegoalde fue el final de las carlistadas el que trajo la abolición del estatus que conservaban los territorios en el Antiguo Régimen (incluidos los Fueros) y su asimilación en las estructuras de estado españolas, en Iparralde fue tras la Revolución Francesa. Después de eso, la I. y II. Guerra Mundial fortalecieron enormemente la cohesión nacional francesa, llevando prácticamente a la desaparición la identidad y conciencia nacional vascas.

Por lo tanto, para el análisis del reflejo de la colonialidad en Euskal Herria, es fundamental tener presente esas dos tendencias contradictorias: por un lado, el hecho de formar parte del centro imperialista; y por otro lado, el haber sobrevivido hasta el día de hoy a una violencia estructural que ha tratado de hacerla desaparecer en el marco de dos procesos de homogeneización y centralización ajenos que le han sido impuestos.

2.1. Colonialidad económica en Euskal Herria

Estas contradicciones se manifiestas de forma más patente si cabe en el plano económico. Y es que si bien desde el punto de vista cultural-lingüístico y político-administrativo Euskal Herria se encuentra completamente subordinada a los estados español y francés, desde la perspectiva económica, es obvio que la gran mayoría de territorios vascos no presentan el subdesarrollo y la pobreza estructural que caracteriza a una colonia. A ese respecto, y dado que entendemos que existen profundas diferencias entre lo que podemos observar en Hego e Ipar Euskal Herria, analizaremos cada una de las zonas de manera separada. Comenzando por Hegoalde, si la comparamos con el nivel de desarrollo económico del estado español, existe un grado de industrialización y de avance tecnológico muy elevado. Principalmente en el ámbito de la metalurgia, numerosas áreas de Hegoalde han sido zonas de producción punteras y han sufrido un desarrollo industrial muy potente a lo largo de la historia. A día de hoy, Hego Euskal Herria es un territorio industrializado, en el que el desarrollo endógeno de los medios de producción ha favorecido la aparición de una burguesía propia de gran fortaleza. Es cierto que siempre ha existido la tendencia a que una parte importante de dicha burguesía quede al servicio del proyecto económico y político dictado desde Madrid. No obstante, la riqueza y la plusvalía producida por nuestro tejido productivo no es sistemáticamente sustraída por Madrid (véase el Concierto Económico). Aún reproduciendo, como no podía ser de otra manera, las diferencias de clase y la pobreza que le son estructurales a toda sociedad capitalista, se trata de un territorio que, en comparación con el resto del estado español, presenta una riqueza y un nivel de “bienestar” elevado. Por todo ello, desde el punto de vista económico, Hego Euskal Herria cuenta claramente una configuración propia del centro imperialista. Esto es, no es una colonia.

Más aún: muchas de las empresas de origen vasco que existen actualmente, además de operar en nuestro territorio, también lo hacen en la periferia colonial, valiéndose de la fuerza de trabajo devaluada y los recursos naturales presentes en las mismas y explotándolos en consecuencia. Es decir, se trata de empresas que tienen un claro carácter colonialista. Por lo tanto, y por extensión, ¿podríamos hablar del carácter colonialista de Euskal Herria? Es cierto que, en el caso de algunas de esas empresas, dada su vinculación a la alta burguesía y su integración en las estructuras político-económicas del estado español (Iberdrola, BBVA…), deberíamos de preguntarnos si no se trata en realidad de empresas españolas. Es decir, no debiéramos considerarlas como empresas “vascas”. De este modo, las manifestaciones colonialistas que están presentes en Hegoalde tendrían un carácter plenamente español, con lo que no podríamos hablar de “colonialismo vasco”. Este es un debate realmente interesante.

En principio, la adhesión que una parte de la oligarquía vasca ha mostrado por el imperialismo español no es algo reciente. Yendo a los orígenes de la modernidad capitalista, durante la fase expansión del imperio español y de conquista de Abya Yala, las oligarquías de los territorios vascos (de Bizkaia y Gipuzkoa principalmente) se incorporaron de buena gana a las filas del proyecto imperialista español. Fueron numerosos los vascos y vascas que participaron directamente en las diversas tareas colonizadoras de ultramar: como soldados de a pie y comandantes en campañas militares; como gobernadores y colonos en los “nuevos” territorios; como curas y evangelizadores; como empresarios… Pero quizá lo más interesante es el reflejo que tuvo toda aquella campaña colonizadora en los propios territorios vascos.

Con la expansión del imperio español, los territorios vascos, principalmente la vertiente cantábrica, cobraron una gran relevancia estratégica: rutas y puertos marítimos; construcción naval e industria de la sidra (imprescindible para las expediciones marítimas); metalurgia (sobre todo con fines armamentísticos) y actividades auxiliares (minería, producción de carbón, labores forestales…). Así, como consecuencia directa del saqueo de Abya Yala, en nuestros territorios se produjo un aumento del comercio, un desarrollo del tejido productivo y una gran acumulación de riqueza, principalmente por parte de la burguesía incipiente que comenzaba a prosperar en los núcleos urbanos. Una dinámica propia del centro imperialista, por tanto. Es cierto, no obstante, que no podemos olvidar que los territorios de Hego Euskal Herria quedaron bajo control de la corona española como consecuencia de un proceso de conquista y desintegración del reino de Navarra que se alargó durante siglos. Esto es, manu militari. Sin embargo, la dinámica que siguió a dicha conquista, al menos desde el punto de vista económico, no se correspondió con el subdesarrollo y el empobrecimiento propios de la periferia colonial, sino con una dinámica propia del centro imperialista.

Llegados a este punto, la cuestión es que, en realidad, todo ese ejercicio colonizador era posible a través del estado español, como parte integrante del mismo. Colonialismo español, al fin y al cabo. Sin embargo, ¿podemos decir que en algún momento ha existido alguna forma de colonialismo genuinamente vasco que se haya ejercido sin esa mediación española? En nuestra opinión sí, y pondremos dos claros ejemplos, uno de esos inicios de la modernidad capitalista y otro contemporáneo.

El primero es el de los balleneros vascos. Es llamativo observar cómo el nacionalismo vasco a día de hoy ensalza la figura de aquellos balleneros, romantizándola e idealizándola: se subraya la “valentía y audacia” de aquellos pescadores vascos, haciendo una apología de aquellos que se embarcaban a la aventura, rumbo a mares y mundos “desconocidos”. Ciertamente, difícil de distinguir de esa propaganda que edulcora el carácter imperialista de la historia española y francesa, y que tanto nos gusta criticar. Y es que el de los balleneros vascos arribando a las costas terranovenses es un ejemplo perfecto en el que observar la dinámica de expansión colonial de la modernidad capitalista: explotación de los recursos de un territorio gracias a una capacidad tecnológica avanzada y acumulación de la riqueza extraía en el centro metropolitano.

Aprovechándose de la ventaja competitiva que les proporcionaba su situación en el centro imperialista, aquellos balleneros fueron capaces de alcanzar unos territorios en los que tales avances eran completamente desconocidos. Una vez allí, procedían a la explotación de un recurso natural determinado hasta su agotamiento (en este caso las ballenas), cargaban los barcos con grasa de ballena y volvían a casa. Tenemos que tener en cuenta que cada una de esas barricas llenas de grasa de ballena valía el equivalente a unos 5.000€ actuales, y que cada galeón volvía cargado con alrededor de 3.000 barricas. En los años de mayor apogeo de la actividad ballenera (siglos XV y XVI), durante la temporada de caza de ballenas, en los puertos de Terranova llegaba a haber más de 9.000 trabajadores procesando y envasando la grasa. Al parecer, se trató de la primera industria extractivista de carácter capitalista que se desarrolló en América del Norte. Y lo más interesante: en realidad, aquel colonialismo vasco difícilmente podemos considerarlo como parte del colonialismo español, ya que este último estaba centrado mucho más el sur (los actuales México, Caribe y Sudamérica). Además, contaba con una fiscalización y control muy bajos por parte de la corona española. De alguna manera, aquel incipiente capitalismo vasco se desarrolló como dinámica colonial por méritos propios, sin la mediación de los estados español y francés. De hecho, en aquellas empresas participaban vascos tanto de Iparralde como de Hegoalde: una iniciativa de unidad nacional vasca. Por otro lado, a diferencia del español o francés, aquel colonialismo vasco no se sostenía sobre la conquista militar del territorio y no se llegaron a establecer formalmente colonias vascas. La violencia colonial en aquel caso tomó sobre todo una forma económica, lo que la asemeja más al neocolonialismo actual que hemos descrito previamente, con sus consecuencias culturales y ecológicas asociadas.

De la mano de las nuevas formas de colonialidad económica, pasamos al segundo ejemplo de dinámica colonial vasca: el del cooperativismo vasco multinacional. A partir de mediados del siglo XX, en Hego Euskal Herria se fue desarrollando un exitoso tejido productivo industrial formado por empresas cooperativas vascas. A medida que se alejaban del sentido transformador que inicialmente les pudo servir de inspiración, en la actualidad se han convertido en empresas multinacionales. Al igual que en el ejemplo anterior, valiéndose de esa ventaja tecnológica y competitiva que les proporciona estar situadas en el centro imperialista, se han expandido con gran facilidad por la periferia colonial. De la mano esa lógica colonial, se sirven de los recursos naturales y la fuerza de trabajo devaluada que les proporciona la situación de subdesarrollo y pobreza de esos territorios. Esa circunstancia colonial es la fuente principal de beneficio para esas empresas vascas “internacionalizadas”. En estos casos, además, a diferencia de esas otras multinacionales de origen vasco que hemos analizado previamente, estas no presentan una filiación clara con el proyecto político-institucional español. No hay una adhesión corporativa al españolismo y como en el caso de las empresas balleneras, la posición que han alcanzado en el mercado mundial es resultado de una capacidad vasco-capitalista propia. Fuera del estado español, hubieran logrado un éxito similar. Además, más allá de estas grandes cooperativas vascas multinacionales, hay cada vez más pequeñas y medianas empresas en Euskal Herria que están tomando la vía de la “internacionalización”. Esto va configurando un polo colonial genuinamente vasco, incluida su manifestación político-institucional propia de la mano del PNV, que cuenta cada vez con mayor fuerza y proyección. No hay más que ver el trabajo ideológico que se realizó durante el 2022 con el homenaje a Juan Sebastián Elcano: diferenciándolo de la brutalidad del imperialismo español, se trató de representar a “nuestro” Elcano como un “emprendedor”; un noble empresario que hizo fortuna gracias a las relaciones comerciales que estableció a lo largo del mundo.

Estos dos ejemplos nos muestran claramente la existencia de un polo colonial vasco, lo cual nos lleva a la siguiente pregunta: ¿es posible un colonialismo sin estado-nación? O mejor dicho: ¿es posible la existencia de la lógica colonial más allá de la figura del estado-nación? En nuestra opinión, no solo tal cosa es posible, sino que es precisamente una de las particularidades que caracteriza al fenómeno colonial en la actualidad. De hecho, como hemos explicado al inicio, si los países de la periferia colonial han continuado atrapados en relaciones coloniales de dependencia y subdesarrollo, aún habiendo logrado su independencia formal, es justamente por la capacidad que presenta la colonialidad de operar más allá de esas figuras formales. Y por tanto, si es posible que una nación con un estatus jurídico independiente se encuentre en la práctica y bajo la lógica del capital en una posición de dependencia y subdesarrollo, es igualmente posible que una nación carente de tal estatus jurídico independiente, siempre y cuando posea suficiente capital acumulado, pueda operar desde una posición colonial. Es cierto que para poder desarrollar plenamente esa posición colonial, y sobre todo, para poder defenderla, requerirá de una serie de funciones y capacidades que a día de hoy solo son posibles por medio de las estructuras de estado. Principalmente en lo que respecta a la capacidad de intervención militar que le asegure el mantenimiento de esa posición imperialista frente a la presión geopolítica mundial. En ese plano militar, al igual que en los planos político y cultural, seguirá subordinada a unas estructuras de estado ajenas, y el ejercicio de su posición colonial solo será posible en el ámbito económico. En cualquier caso, todo esto no hace más que señalar de nuevo el carácter complejo y contradictorio de la colonialidad, según el cual un territorio puede estar sufriendo una opresión colonial como realidad nacional-cultural, al tiempo que opera como polo colonizador desde un punto de vista económico. Hego Euskal Herria es un claro ejemplo de ello.

Para terminar, pasamos a analizar el caso de Ipar Euskal Herria. A diferencia de Hego Euskal Herria, Iparralde se encuentra situada en un área completamente periférica y deprimida del estado francés, y por ello, cuenta con ciertas características asociadas al subdesarrollo. La ausencia de un tejido productivo industrial propio y una economía basada en la agricultura y el turismo, la mantiene en una relación de dependencia plena respecto a la metrópoli parisina. Muestra de ello es una juventud que continuamente se ve condenada a migrar hacia esas áreas metropolitanas que cumplen la función de centros económicos. Otro claro ejemplo de esa situación periférica y en cierta medida colonial que padece Ipar Euskal Herria, lo encontramos en uno de los acontecimientos más trágicos que vivió durante el siglo XX: la I. Guerra Mundial. Durante aquella guerra, miles de vascos de origen pobre y campesino, sin apenas conocer francés, fueron sistemáticamente arrojados a la primera línea de guerra, lo que generó una proporción elevadísima de muertos. Sin contar los heridos, murieron más de 6.000 vascos, lo cual teniendo en cuenta la población de la época supuso la desaparición de una generación entera en muchos pueblos. Además, aquella guerra tuvo consecuencias ideológicas y simbólicas de gran calado. Si bien hasta ese momento el arraigo de la conciencia nacional francesa en Iparralde era muy bajo, después de la guerra una gran parte de la población pasó abrazar el ideal de la ciudadanía francesa, renegando de la identidad vasca y folclorizándola. Con todo, podemos decir que Ipar Euskal Herria, efectivamente, cuenta con una serie de características propias de una posición colonial. Al mismo tiempo, sin embargo, teniendo en cuenta el territorio y la población de Iparralde respecto al resto de Euskal Herria, debemos de concluir que Euskal Herria en su conjunto no es una colonia. No al menos desde el punto de vista económico.

Por último, con el caso de Ipar Euskal Herria, podemos observar cómo la lógica colonial también opera hacia el interior del centro imperialista. Y que el de Iparralde no es el único ejemplo. En el estado español también sucede, aunque en este caso fuera de Euskal Herria. Al igual que ocurre en la actualidad entre el centro y la periferia globales, los flujos migratorios han sido una de las formas en las cuales se ha expresado esa colonialidad interna a lo largo de la historia. A ese respecto, el sentido que han tomado esos flujos migratorios en nuestro territorio nos muestra cómo muchas áreas de Euskal Herria no han funcionado como colonia, en tanto que han sido lugar de llegada, no de partida. ¿Y de dónde han procedido esas olas migratorias? Pues en el caso de Hego Euskal Herria, de los territorios que la colonialidad interna española ha mantenido en un estado de permanente pobreza y subdesarrollo. Quizá el caso más paradigmático sea el de Extramadura: un territorio rural históricamente empobrecido, sin apenas desarrollo industrial y culturalmente devaluado en el imaginario español (paletos, atrasados, que no hablan bien castellano…). Un territorio que durante el siglo XX fue inundado de pantanos para la instalación de centrales hidráulicas y nucleares, lo que desplazó a miles de personas sin dejar a cambio apenas una ínfima parte de la riqueza generada. En realidad, la función económica de aquellos territorios era el abastecimiento de materias primas (energía y agua) y de fuerza de trabajo devaluada para las áreas metropolitanas situadas fuera de Extremadura, y que se encontraban en pleno desarrollo. Vamos, la columna vertebral de la lógica colonial. Como consecuencia de todo ello, miles y miles de extremeñas fueron obligadas a migrar a las zonas de mayor desarrollo industrial, entre ellas, Hego Euskal Herria.

2.2. Racismo y opresión cultural en el contexto de Euskal Herria

La cuestión de las olas migratorias nos lleva al análisis de otras de las formas que toma la colonialidad en Euskal Herria. Es el caso del racismo, que dependiendo de la época y el contexto se ha expresado de diversas formas, algunas de ellas contradictorias entre sí.

Para empezar, es incuestionable que una de las manifestaciones más elaboradas del pensamiento racista en Euskal Herria se desarrolló de la mano del nacionalismo vasco. Cuando Sabino Arana estableció a finales del siglo XIX las bases ideológicas del primer nacionalismo vasco de masas, la pureza de raza pasó a ser uno de los ejes que vertebraban la idea de nación y patria vascas. Con ello, los vascos quedábamos en el lado “blanco y civilizado” de la división racial que había construido la modernidad capitalista. Se trataba, además, de una división racial que cobraba sentido en oposición a los españoles, que se caracterizaban como incivilizados, vagos; como raza mezclada y “ensuciada” por la influencia africana. El hecho es que tras la primera industrialización que se produjo en aquella época emergieron numerosas contradicciones, entre otras cuestiones, como consecuencia de las olas migratorias que procedían de diversos lugares del estado español. Aquel primer nacionalismo vasco se construyó a base de racializar y devaluar a las miles de desposeídas que llegaban huyendo de la pobreza, principalmente desde Extremadura, Andalucía y Galicia. De hecho, aún hoy en día abunda la terminología racista en euskara para referirse aquellas migrantes: maketo, makako, belarrimotz… A medida que avanzaron los años, el pensamiento nacionalista fue, en términos generales, perdiendo aquella intensidad racista y supremacista que lo caracterizó en sus inicios, evolucionando hacia diversas formas: liberales, democristianos, socialistas revolucionarios… No obstante, la sociedad vasca mantiene aún a día de hoy un carácter esencialmente racista, que se expresa con diversos niveles de intensidad. Eso sí, la mirada racista hoy toma un sentido más global, que va más allá de la dicotomía vasco-español. Se trata de un racismo que se construye frente a las nuevas olas migratorias que llegan a Euskal Herria desde la periferia colonial a nivel global. Sin olvidar, claro está, aquel que se profiere contra las comunidades gitanas, que nunca ha dejado de estar presente.

Dicho todo lo anterior, no podemos obviar que los estados español y francés han llevado a cabo durante siglos una política de asimilación y supresión de la cultura y lengua vascas. Como hemos mencionado más arriba, a lo largo del proceso de constitución de esos dos estados ha sido una constante el empleo de diversas formas de violencia que aseguraran el nivel de homogeneización y la centralización requerido por todo estado-nación moderno. En los territorios que compartían una raíz cultural castellana o francesa la imposición de la modernidad capitalista se llevó a cabo por medio de la oposición entre paleto/ciudadano. Por su parte, en los que no se compartía esa raíz cultural (como era el caso de Euskal Herria), a esa tensión se le sumó la supresión de un corpus cultural en su conjunto. Una muestra clara de ello ha sido el retroceso que fue sufriendo el euskara a medida que los estados español y francés iban constituyéndose en su forma moderna. De alguna manera, el desarrollo del nacionalismo vasco fue consecuencia de la combinación de esa opresión histórica con otra serie de contradicciones que se derivaron de la imposición de la modernidad capitalista (industrialización y proletarización de la sociedad). De este modo, si bien el nacionalismo vasco ha tenido un carácter racista, se ha tratado de un nacionalismo de nación oprimida. Lo cual tiene gran relevancia, ya que a diferencia de lo que sucede con el nacionalismo español y francés, el vasco nunca ha contado con el aparato judicial, policial, militar, político, económico o cultural de un estado propio a la hora de imponer una persecución sobre los españoles o los franceses.

Por otro lado, la justificación ideológica a la opresión cultural y política que han llevado a cabo históricamente los estados francés y español no se ha basado en la dicotomía blanco Vs no blanco. Siendo eso así, ¿podríamos caracterizarla como una opresión de carácter racista? Como hemos señalado en la primera parte del texto, la lógica para la división racista lleva en su interior la moral civilizatoria/modernizadora propia del pensamiento colonial. Así, en este caso la opresión histórica en contra del euskara y la cultura vasca se nutría de ese mismo pensamiento colonial, que se reproducía aquí a través de la división paleto/aldeano/atrasado Vs ciudadno/moderno/avanzado. Y es que no podemos olvidar que hasta mediados del siglo XX la presencia normalizada del euskera y la cultura vasca existían, prácticamente de forma exclusiva, entre las clases desposeídas de las áreas rurales. En las áreas donde el euskera estaba presente era la lengua del pueblo llano y la cultura popular premoderna. Si bien las clases altas y comerciantes de algunas zonas urbanas eran también vascoparlantes, la influencia de la ilustración y las mayores tasas de alfabetización (que se daban en castellano o francés), así como las conexiones con las oligarquías francesas y españolas hacía que quedaran tendencialmente castellanizadas/afrancesadas. Por lo tanto, en nuestro caso el proyecto modernizador y liberalizador tenía por objetivo principal el sometimiento de aquella sociedad campesina vascoparlante: el principal obstáculo para la imposición de la modernización capitalista en nuestros territorios hablaba en euskara. Es por ello que durante muchos siglos la opresión en contra del euskara y la cultura vasca tuvo un carácter de clase, que se ejecutaba en contra de todo un grupo social: en contra de las clases desposeídas existentes en las sociedades campesinas premodernas. Una opresión basada claramente en la moral civilizatoria paleto/ciudadano y que podemos calificar como colonial-racista.

Con todo, en los territorios vascos la imposición de la modernidad capitalista tomó forma de opresión nacional, como proceso que se desplegó contra un pueblo que hablaba en euskera y contaba con un corpus cultural diferente al español y francés. Igualmente, a todo ello debemos sumar el hecho de que para finales del siglo XX el euskara y la cultura vasca fueron adquiriendo un nuevo estatus, superando los límites de la sociedad campesina premoderna y avanzando en el proceso de institucionalización y modernización. Como consecuencia, a día de hoy el carácter de clase y el sentido civilizatorio que tuvo en el pasado la opresión en contra del euskara se ha diluido en gran medida, sin llegar a desaparecer del todo.


Como conclusión, y para poner fin a este análisis, podemos decir que el patrón de poder que la colonialidad impone sobre Euskal Herria tiene un carácter ambivalente: Euskal Herria no ostenta una posición de centralidad plena respecto a ese poder colonial, pero tampoco de subordinación plena. Por un lado, en relación a la división racial, cultural (en tanto que europeos) y económica que establece el patrón de poder colonial a nivel mundial, Euskal Herria forma parte del centro imperialista. Sin embargo, al mismo tiempo, en relación a los procesos de construcción nacional que se han desplegado al interior del centro imperialista ha existido siempre como entidad sometida. La imposibilidad para hacerse con un lugar propio en esa construcción nacional imperialista ha limitado sus capacidades para ejercer el poder desde ese centro imperialista, y la ha condenado a padecer una opresión cultural y política estructural. Por tanto, su incorporación a la modernidad ha sido la de una nación con un nivel de desarrollo económico alto (salvo Ipar Euskal Herria), pero que ha sido cultural y políticamente colonizada. Las consecuencias que se derivan de esas condiciones contradictorias son diversas. Entre otras, el hecho de que las contradicciones de clase que le son propias al desarrollo capitalista se hayan combinado con la opresión nacional, lo cual ha generado unas condiciones particulares para el desarrollo de la lucha de clases en los territorios vascos. Cuestión sobre la que profundizaremos en el siguiente texto, que dedicaremos al análisis del surgimiento y desarrollo del nacionalismo.