Albina Aleksandrovna Gantimurova

¿Que cómo era de pequeña? Una vez salté del segundo piso de la escuela a raíz de una apuesta. Adoraba el fútbol, jugaba siembre de portera junto a los chicos. Cuando comenzó la guerra contra Finlandia, huía constantemente para poder participar en ella. Y justo en 1941, comenzó la guerra: ¡Guerra! Sin embargo, yo me alegré, pues al fin podría ir a luchar al frente. ¿Cómo sabría yo lo que era la sangre?

Se formó la primera división de la Guardia de milicias populares y nos aceptaron en un batallón para asistencia médica y sanitaria. Ééramos todas mujeres.

Recuerdo que me dieron unos días de descanso. Antes de ir donde mi tía, pase por una tienda. Antes de la guerra me gustaban mucho los dulces. Dije:

-Dame unos dulces.

El tendero me miró como si fuera una loca. No sabía lo que eran las cartillas de racionamiento, lo que era un asedio. Las personas que estaban en la cola se me giraron, y allí estaba yo, con un fusil mas grande que yo. Cuando nos dieron los fusiles, pensé: ‘¿Cuándo demonios voy a crecer hasta una altura con la que pueda llevar un fusil de este tamaño?’ Y todos los que estaban en la fila, de repente:

-Dale los dulces. Corta nuestras cartillas y dáselos.

Y me dieron los dulces.


Pasábamos días sin dormir, pues los heridos llegaban sin cesar. Una vez estuvimos todas tres días sin dormir. Me mandaron a un hospital en un camión lleno de heridos. Entregamos los heridos y como el camión volvía vacío, aproveché ese momento para dormir. Volví fresca como una rosa, pero me encontré con que mis compañeras apenas eran capaces de sostenerse en pie.

Me encontré con el comisario político:

-Camarada comisario, estoy avergonzada.

- ¿A qué se debe?

-He dormido.

-¿Dónde?

Le dije cómo llevé a los heridos y que aprovechando que el camión estaba vacío, eché una cabezadita a la vuelta.

- ¿Y qué? ¡Pues que te aproveche! Así por lo menos tendremos una persona normal entre todas estas que se están durmiendo de pies.

Yo, sin embargo, estaba avergonzada. Con esa conciencia vivimos toda la guerra.


La primera medalla al valor…

Comenzó la batalla. El fuego de artillería azotaba como un huracán. Los soldados se echaron al suelo. Se escuchó la orden, ‘¡Adelante!, ¡Por la patria!’, pero los soldados permanecieron inmóviles. Por segunda vez dieron la orden, pero nadie se levantó. Me quité la gorra, para que vieran que la que se levantaba era una chica… Entonces todos se levantaron y nos adentramos en el combate…

Tras la guerra, estuve quince años explorando zonas del frente. Todas las noches. Soñaba que el fusil automático fallaba o incluso que los alemanes nos rodeaban. Me levantaba cuando los dientes me rechinaban y me preguntaba a mí misma: ¿Dónde estoy, allí o aquí?

Cuando terminó la guerra tenía tres deseos: el primero, después de pasar tanto tiempo a rastras sobre mi tripa, quería montar en un trolebús; el segundo, comerme una barra de pan blanco entera; el tercero, dormir todo lo que quisiera, en una cama blanca, escuchando el carraspeo de las sábanas blancas. Sábanas blancas…

Albina Aleksandrovna Gantimurova, miembro del cuerpo de inteligencia.

La guerra no tiene rostro de mujer, Svetlana Aleksievitx.