Tiempo histórico y perspectiva estratégica ante la coyuntura mundial actual
6 de octubre, 2022
Cada vez es más frecuente escuchar que nos encontramos en una época histórica de gran relevancia, que nos está tocando vivir “tiempos históricos”. En la calle, en los medios de comunicación, en el ascensor con las vecinas o en las comidas familiares, cada vez se cita con mayor frecuencia la transcendencia de lo que está ocurriendo y que algo gordo se nos viene encima: la guerra, la pandemia, la inflación y la crisis económica, el cambio climático, el auge del fascismo... Tanto es así, que ya ni siquiera el propio concepto de “crisis”, otrora tan socorrido, parece ya lo suficientemente grave para calificar lo que acontece, y nos vemos en la obligación de sumarle un apellido que le otorgue mayor envergadura: esta ya no es una crisis al uso, es una “crisis civilizatoria”. De este modo, en un contexto en el que múltiples indicadores parecen señalar que el mundo se va a pique, el presente texto trata de avanzar una serie de reflexiones en torno a la visión estratégica, la comprensión del tiempo histórico y la coyuntura mundial actual.
El tiempo histórico no es lineal, no es homogéneo
Cuando decimos que el día tiene 24 horas y el año 365 días, hablamos como si todos los días y años fueran iguales. Tratamos el tiempo como si fuera un fenómeno abstracto, homogéneo y vacío: entendemos que esas 24 horas son iguales tanto en Euskal Herria como en Indonesia; el 18 de julio de 1936 en España, o el 7 de noviembre de 1917 en Petrogrado; un día de verano de hace 2023 años o de hace 1.000.000 años. Qué duda cabe de que un día cuenta, efectivamente, con esas 24 horas y un año con esos 365 días. Sin embargo, cada una de esas horas, días y años poseen un contenido concreto y heterogéneo entre sí. Es decir, más allá de que podamos medir abstractamente, y por tanto, igualar cada una de esas unidades de tiempo, si atendemos a su contenido particular podremos observar que todas ellas difieren entre sí. Por ejemplo, podríamos medir con un reloj el segundo en el que ETA hizo estallar el coche de Carrero Blanco y sería exactamente igual que todos los segundos anteriores. No obstante, insertado en el tiempo histórico, todas sabemos el significado e implicaciones que tuvo: ese segundo poseía un carácter cualitativo diferente, que condicionó radicalmente la historia de Euskal Herria y del Estado español. Si el contenido concreto de ese segundo no se hubiera materializado, entre otras muchas cosas, es probable que nosotras no estuviéramos aquí.
Por lo tanto, el tiempo histórico no es homogéneo, ni está vacío. Cuando recordamos distintas efemérides esa constatación de que no todos los días, ni todos los años son iguales se hace aún más patente: un levantamiento, una rebelión, una revolución, una crisis... Se trata de momentos en los que el tiempo histórico se expande, se ralentiza y se condensa: en un solo día pueden precipitarse los acontecimientos, suceder cosas que parecían imposibles y que condicionarán los años o incluso décadas posteriores. Como decía Lenin: «Hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas». Esto no quiere decir que estos momentos surjan de la nada: requieren de la acumulación previa de una serie de condiciones. No obstante, la potencia social que se desencadena en esas ventanas de oportunidad, únicamente está disponible en ese momento: previamente no lo estaba y posteriormente adoptará otra forma. Se trata de una potencia social que si se aprovecha adecuadamente, se multiplicará y alcanzará un estadio más elevado. Si no se sabe aprovechar simplemente se disolverá. Con todo, es responsabilidad de toda revolucionaria interpretar acertadamente el tiempo histórico, prestar atención a aquellos segundos que son relevantes, y por encima de todo, comenzar a construir desde este mismo momento las condiciones que harán de ese segundo un acontecimiento histórico en potencia.
Chronos, kairos y momentum
En la Grecia clásica existían dos formas de entender el tiempo: chronos y kairos. Chronos hacía referencia al carácter cuantitativo del tiempo, a la secuencia cronológica, y su contenido, por tanto, era cuantitativo. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Mucho o poco, podremos responder. Por el contrario, kairos, hacía referencia al carácter cualitativo del tiempo: ¿cuál es el tiempo propicio? Nos indica la oportunidad idónea para la acción. Cuando actuamos dentro del kairos, podemos aprovechar todo el potencial que encierra un contexto determinado.
En la Grecia clásica, el concepto de kairos se utilizaba sobre todo en la Retórica: es decir, servía para señalar el momento preciso en el que utilizar los argumentos clave en un debate, de tal forma que se lograra ganar la aprobación del público. Si se exponían con anterioridad o tras ese momento propicio, el efecto dejaba de ser el mismo. En el contexto actual, una metáfora que a menudo sirve para explicar el significado del concepto kairos, es la de la surfista. Cuando una surfista se dispone a coger una ola, si empieza a nadar antes del momento adecuado, se adelantará demasiado y la ola romperá detrás de ella. No importa con cuánta fuerza nade, la fuerza que traía la ola ha quedado atrás y no podrá aprovecharla. Asimismo, si comienza a remar demasiado tarde, la ola romperá por delante suyo y se quedará en el lugar, sin moverse. En cambio, si comienza a nadar en el momento adecuado, con unas pocas brazadas, logrará conectar con toda la fuerza que trae la ola y avanzar decenas de metros sin apenas esfuerzo. Ese momento preciso de empezar a nadar es el kairos.
Otro concepto clave relacionado con el tiempo y el desarrollo de los acontecimientos es el momentum. Se trata de un término proveniente de la física e indica la tendencia de un objeto a seguir en movimiento. En la actualidad se utiliza habitualmente en el ámbito político y militar (sobre todo en inglés): el momentum indicaría la cualidad que permite que una iniciativa o un proceso continúe avanzando una vez puesto en marcha. Por ejemplo, las primeras semanas de la guerra de Ucrania, gracias al factor sorpresa y a una superioridad en el ámbito militar, Rusia fue ganando momentum, lo que le permitió tomar numerosos territorios y ciudades. A partir de un punto, sin embargo, esos avances fueron haciéndose cada vez más dificultosos (por ejemplo, en las ciudades de Kiev y Járkov), lo que produjo finalmente la pérdida del momentum inicial. Esto obligó al ejército ruso a replegarse, reordenar sus fuerzas e iniciar la segunda fase de la guerra: la ofensiva del Donbass. Esta segunda fase presentaba características diferentes, por lo que la pauta a seguir para ganar el momentum debería de ser distinta. De vuelta al ejemplo de la surfista, una vez montada en la ola, tendrá que ser capaz de surfearla adecuadamente, de modo que logre transformar el kairos inicial en momentum.
Con todo, este tipo de conceptos son útiles a la hora analizar el desarrollo y el éxito o fracaso histórico de todo tipo de movimientos políticos. Por ejemplo, el conocido como Procés de Catalunya solo fue capaz de alcanzar la dimensión que tuvo gracias a que supo encadenar exitosamente diferentes ciclos kairos-momentum. Nadie podría haber imaginado, allá por 2009, cuando comenzaron las primeras consultas a nivel local, el éxito que alcanzaría aquel movimiento y la relevancia que tendría en la historia de los Països Catalans hasta llegar a octubre del 2017. Y todo ello solo fue posible gracias a la capacidad del movimiento independentista de interpretar adecuadamente las oportunidades que iba ofreciendo la coyuntura en cada momento, y de saber tomar impulso en cada una de ellas de modo que les permitiera ir encadenando diferentes saltos cualitativos. Con cada ciclo kairos-momentum se superaban unos límites previos y se establecían otros nuevos, superando éstos últimos con el siguiente ciclo y estableciendo así otros nuevos. Hasta octubre de 2017. En ese momento, ya fuera por falta de capacidad política (organizativa, programática, ideológica...), ya fuera por no estar dispuestas a asumir el salto cualitativo que exigía aquel kairos, el caso es que el movimiento independentista tocó techo. De ahí en adelante, perdido ya el momentum y sin poder darle la vuelta a la situación, el proceso de desintegración ha sido evidente.
La importancia de desarrollar una visión estratégica
El tiempo político tiene su propio chronos: en nuestros pueblos y barrios, a nivel de Euskal Herria o a nivel mundial, se suceden continuamente los acontecimientos: catástrofes, guerras, procesos electorales, crisis económicas, revueltas y revoluciones... Si no somos capaces de afinar nuestra mirada, de desarrollar una perspectiva crítica, de comprender el carácter no lineal del tiempo histórico, esa sucesión de eventos se nos presentará como una mera agregación, una avalancha de información homogénea y sin forma definida. Circunstancia que no hará sino alimentar esa sensación de caos, incertidumbre e impotencia propia de estos tiempos convulsos en los que nos ha tocado vivir. La clave aquí consiste en ser capaz de ver más allá de ese chronos atropellado y perpetuo, de identificar cada kairos y de estar preparada para incidir sobre él. Es precisamente a eso a lo que nos referimos cuando hablamos de desarrollar la visión estratégica.
Del mismo modo, el enfoque estratégico no sólo requiere ser capaz de identificar el momento adecuado. También implica la anticipación al mismo, y acertar en las decisiones que nos permitan desarrollar las capacidades para poder sacar partido a ese momento. Y la mayoría de las veces debemos de comenzar a construir esas capacidades mucho antes de conocer la forma concreta en la que se expresará el kairos. Con la pandemia se vio esto más claro que nunca, ya que prácticamente nadie predijo que algo así podría llegar a suceder, al menos no de la forma en la que sucedió. Para cuando se precipitó sobre nosotras el estado de excepción, solo para aquellas que tenían una disposición adecuada de sus capacidades organizativas, ideológicas y comunicativas se presentó la pandemia como kairos político. Por eso hemos de entender que el kairos no es absoluto: la capacidad potencial de un mismo escenario diferirá en función a los objetivos y capacidades con los que cuente cada una. A todo esto, debemos añadirle la noción de momentum, ya que por mucho que una sea capaz de coger la ola, si luego carece de la destreza para surfearla nuestro empeño será en vano. Ciertamente, el éxito de un movimiento político radica en su capacidad de convertir el kairos en momentum.
Tanto el concepto de kairos como el de momentum, nos muestran el carácter relativo del tiempo histórico. Hay épocas y circunstancias en las que el tiempo adquiere una mayor densidad: periodos históricos sobre los que nuestros actos y nuestras palabras, si son ejecutadas de forma adecuada, son capaces de incidir con una fuerza cualitativamente mayor. Basta con mirar a nuestro alrededor para percatarse de que vivimos uno de esos periodos.
Bienvenidas al kairos civilizatorio
Hay quien afirma que el siglo XX se cerró con la caída de la Unión Soviética, lo cual en cierta medida parece lógico. A pesar de acontecer en el 1991, el desmantelamiento del bloque que pivotaba en torno a la URSS hizo que el marco de relaciones económico-geopolíticas que había moldeado el siglo XX quedara agotado, dando pie a la apertura de un nuevo ciclo a escala planetaria: la globalización, la expansión de la reforma neoliberal, el mundo unipolar (EEUU-Occidente), la expansión de la democracia liberal-burguesa, la guerra contra el “terrorismo” internacional, la profundización en el 'business as usual' del capitalismo fósil... No obstante, también se podría llegar a entender este nuevo ciclo como un subciclo de la Guerra Fría, ya que realmente no sucedió nada nuevo: una de las potencias que compitió en el ciclo anterior ganó, y en consecuencia, su modelo se hegemonizó a nivel mundial. De esta manera, podríamos considerar las tres décadas que preceden al momento actual como el epílogo del siglo XX.
Con la crisis financiera de 2008 este epílogo empezó a debilitarse y el paso de los años no ha hecho más que certificar esas muestras de agotamiento: pasados 14 años, el capital aún no ha sido capaz de dar inicio con solidez a un nuevo ciclo de acumulación a nivel mundial. A la modernidad capitalista se le presentan cada vez más límites, que con su configuración actual le resultan insalvables. Así mismo, si atendemos a la naturaleza, diversidad y profundidad de dichos límites, queda claro que estamos ante un cierre de ciclo de largo recorrido. Esto es, que no se trata de un “subciclo” como el que hemos citado previamente, capaz de configurarse a partir de una ligera modificación de las variables heredadas del anterior ciclo. Nos encontramos antes un momento histórico en el que toda una serie de ejes de tensión que se han ido acumulando a lo largo de las décadas (algunos desde el inicio de la industrialización) confluyen en lo que muchos coindicen en definir como “crisis civilizatoria”. Veamos, aunque sea de forma superficial, cuáles son esos principales ejes de tensión:
- Bases materiales y energéticas. El agotamiento de los combustibles fósiles se ha convertido en una realidad inapelable, lo que ha llevado al capitalismo a sumergirse en un intento de transición energética a gran escala. Esa transición, además, se acompaña de una reconfiguración mundial del conjunto de las bases materiales y energéticas necesarias para el metabolismo del capital. Aquí tenemos uno de los principales retos a los que se enfrenta la modernidad capitalista, que sin duda tendrá una resolución compleja y conflictiva. Por un lado, algunas facciones del capital seguirán reafirmándose en la continuación del capitalismo fósil actual, lo que les llevará a tratar de ralentizar al máximo el proceso de transición. Por otra parte, está por ver si en la práctica, esa transición y reconfiguración es posible manteniendo el nivel de consumo y crecimiento actual, tal y como defiende burguesía verde. De no ser así, las consecuencias serían muy problemáticas: entre otras cosas, se reducirían los márgenes para la acumulación de capital, aumentando una competencia interburguesa cada vez más concurrida, lo que conduciría a su vez a un aumento de la tensión bélica. Al mismo tiempo disminuirían las condiciones de vida de la sociedad, sobre todo en el centro imperialista.
- Ecología. La crisis ecológica ha tomado ya una senda sin retorno a escala planetaria y en todas sus dimensiones: crisis climática, pérdida de biodiversidad, contaminación atmosférica, oceánica y terrestre... Más allá de ser un problema “medioambiental”, la emergencia ecológica mundial compromete la supervivencia de poblaciones enteras, así como la estabilidad de las condiciones que posibilitan una adecuada acumulación de capital.
- Economía. Desde el punto de vista económico podemos destacar varios aspectos. Tras la década perdida a consecuencia de la crisis financiera y la pandemia, la hoja de ruta neoliberal basada en la “austeridad” parece agotada. Y sin embargo, al mismo tiempo, los límites para la aplicación de medidas de tipo neokeynesiano o socialdemócrata son cada vez más evidentes. La enorme tasa de endeudamiento de los Estados, sumado al aumento de la inflación, ha puesto fin a los tiempos del dinero “gratis”, en los que los Bancos Centrales establecían los tipos de interés en torno al 0% y la máquina de imprimir dinero funcionaba a todo trapo. Ante todo esto, mientras no se le una salida a la crisis energética y de materiales que hemos citado anteriormente, los estados capitalistas estarán condenados a una dinámica de alta inflación e incapacidad de crecimiento.
Por lo demás, de forma más o menos acelerada, se irá imponiendo cada vez con más fuerza una tendencia clara en el desarrollo de los medios de producción: digitalización, el internet de las cosas, inteligencia artificial, robotización, automatización, bioingeniería y producción sintética de alimentos... Lo que ya se viene denominando como cuarta revolución industrial. Todo ello tendrá múltiples consecuencias sobre la configuración de la sociedad capitalista. Por un lado, grandes masas de fuerza de trabajo dejarán de ser necesarias y quedarán obsoletas, cada vez más devaluadas: la fuerza de trabajo, tendencialmente, dejará de ser un factor productivo y será cada vez más un problema de gestión improductivo para el capital. Por otro lado, el aumento en la composición orgánica del capital (la creciente proporción de máquinas en relación a la fuerza de trabajo en el proceso productivo) acentuará la crisis de acumulación: será cada vez más difícil revalorizar el capital a tasas de rentabilidad adecuadas.
Con todo esto, la pauperización de la clase trabajadora en el centro imperialista no hará más que intensificarse. El margen de beneficio con el que la burguesía contaba tiempo atrás para comprar la obediencia de un gran sector de la clase trabajadora, se irá reduciendo cada vez más. Esto hará que se vayan agotando las condiciones materiales que permiten la existencia viable de las llamadas clases medias dentro del capital.
- Política. Es evidente la pérdida de legitimidad de la democracia liberal burguesa, y muestra de ello es el auge del nuevo fascismo. En gran parte de Europa puede darse por terminada la etapa de la estabilidad bipartidista, (en la que se alternaban democristianos y socialdemócratas) aumentando la fragmentación e inestabilidad política. Al mismo tiempo, la Nación-Estado, que fue durante siglos la columna vertebral de la modernidad capitalista, está mostrando síntomas de agotamiento y está aumentando su competencia con las grandes corporaciones mundiales (Google, Apple, Amazon...). Aunque sería demasiado aventurado pronosticar la obsolescencia y desaparición de la Nación-Estado en el medio plazo, es indudable que van emergiendo otras figuras que pugnan por hegemonizar la gestión y administración de la vida capitalista (véase la Corporación-Estado). En estos tiempos en los que conceptos como el neofeudalismo son cada vez más recurrentes, es clara la tendencia a que cada vez más aspectos de nuestras vidas vayan siendo administrados por esas Corporaciones-Estado.
- Cultura. No es ningún secreto el hecho de que la cultura civilizatoria occidental esté en decadencia. La desintegración de las religiones tradicionales ha provocado la desaparición, en grandes capas de la población, de las referencias ético-morales propias de ese bagaje religioso. Qué duda cabe que muchas de estas bases ético-morales merecían pasar a la historia, pero la cuestión es que en su lugar no se ha sabido articular un conjunto de referencias emancipadoras, lo cual ha generado un gran vacío espiritual y emocional. En ese sentido, la deriva existencial que se va generalizado en nuestras sociedades es cada vez más evidente, con tendencias de todo tipo: hedonismo, nihilismo, depresiones y suicidios, conspiracionismo, magufismo...
Unido a ello, el colonialismo ha supuesto la homogeneización de las culturas a nivel mundial y también la construcción de nuevas identidades globalizadas: totalmente mercantilizadas, de carácter “líquido”, desconectadas de territorios concretos, disociadas del carácter popular y comunitario de las culturas tradicionales, dependientes de las tecnologías y redes sociales (y por tanto, de las empresas que las controlan). Este modelo de identidades globalizadas, que mayormente están vacías de contenido humano, no ha hecho más que profundizar y agravar la deriva de la crisis identitaria.
- Geopolítica. En la pugna entre globalismo y multipolaridad que empieza ya a marcar el paso de este siglo XXI, emerge cada vez con mayor fuerza el eje Asia-Índico, con China a la cabeza. A medida que se va reduciendo la distancia entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado (en lo que al desarrollo de los medios productivos se refiere), se hace posible la aparición de nuevas potencias que pueden y aspiran a entrar en la pugna imperialista, aumentando así la competencia interburguesa e interimperialista. Por otra parte, la expresión más profunda de los ejes de tensión que hemos ido describiendo hasta ahora se está manifestando en la Unión Europea, lo que hace tambalear su espacio de referencia del centro imperialista.
- Pandemia. La pandemia resultante de la Covid-19 ha actuado como catalizadora de la mayoría de las tendencias anteriores, acelerando de esta manera el tiempo histórico. En ese sentido, cuestiones como el toque de queda y el distanciamiento social, el aumento del control social, el golpe sufrido por el sistema sanitario o la normalización del estado de excepción durante dos largos años, han provocado un cambio cualitativo en la sociedad, lo cual ha favorecido la sensación generalizada de que nos encontramos en un punto de inflexión histórico.
Con todo, y como cierre a este análisis de coyuntura, podemos concluir que la civilización de la modernidad capitalista vive un momento crítico, probablemente el más crítico de los últimos 150 años. Se ha abierto un kairos civilizatorio que nos señala la apertura de un nuevo ciclo de largo recorrido: en estos momentos se están estableciendo las bases de lo que será el siglo XXI. No podemos saber cuánto va a durar ese kairos ni cómo se clausurará. Lo que está claro es que los días y los años en los que nos está tocando vivir, cobran ya una relevancia incuestionable en el tiempo histórico. Estamos, pues, ante un momento en el que es más necesario que nunca agudizar la mirada. Un tiempo en el que volcarse en la profundización de la perspectiva estratégica, en organizarnos y tejer redes, en unir fuerzas, en trabajar en el día a día de nuestros barrios y pueblos, y por encima de todo, en profundizar en la praxis revolucionaria.
No es tiempo de quedarse mirando, de aguardar a que algo suceda. Nos encontramos ante una ocasión histórica cuya resolución en términos revolucionarios sólo se nos presenta como una de tantas posibilidades. Aún no se ha materializado en ese sentido, ni tiene por qué hacerlo. Debemos tener claro que una posible crisis grave del sistema, un colapso como situación extrema, no mejorará espontáneamente la situación en la que vivimos. Es más, la espontaneidad del colapso no nos conducirá más que a un estado de barbarie aún más despiadado: una manifestación aún más caótica de las miserias que encierra el capitalismo. Porque, a fin de cuentas, eso es el fascismo: la forma natural que adopta el capitalismo en su fase de descomposición.
A día de hoy asumimos la imposibilidad de adivinar el rumbo que tomará la época histórica en la que nos encontramos: los acontecimientos concretos que sacudirán la sociedad, dónde surgirán las oportunidades potenciales o cómo podremos aprovecharlas. Sin embargo, hemos de tener clara una cosa: la única garantía de que la historia tome un rumbo emancipador está en nuestras manos, en la voluntad y la dedicación de todas aquellas que tenemos la convicción de apostar por la vía revolucionaria. No hallaremos tal posibilidad en ningún otro lugar.